jueves, 19 de julio de 2012

Osvaldo Bossi y los poemas de Chicos Malos



Foto: Nadina Marquisio

Osvaldo Bossi nació en Ciudadela, provincia de Buenos Aires. Es poeta y narrador. Entre sus libros de poemas publicados se encuentran: Tres (1997), Fiel a una sombra (2001), El muchacho de los helados y otros poemas (2006), Ruego por el tornado (2006), Del Coyote al correcaminos (2007), Esto no puede seguir así (2010), Casa de viento, antología personal (2011), Ni la noche ni el frío (fines de julio de 2012) y su novela Adoro (2009). Forma parte de diversas antologías de poesía argentina y latinoamericana. Colabora como crítico en distintos medios especializados. Desde hace años coordina talleres de escritura en el Centro Cultural Ricardo Rojas y en forma particular. Su blog es www.muchachodeloshelados.blogspot.com

Conocí a Osvaldo personalmente en enero de 2011, después del impacto que generó en mí la lectura de El muchacho de los helados y otros poemas. Apenas unas líneas bastaron para sentir que estaba ante una poesía poderosa, que volvía al espacio de la infancia para seguir explorando sus temas tan preciados: el objeto amoroso, las fuentes de deseo. Creo que los poemas de Osvaldo no persiguen el intento de explicación (responder por qué deseamos lo que deseamos) sino que se pierden en la fascinación, entregados por completo al misterio que el amor, la amistad   y la solidaridad entre seres queridos producen en las voces que cuentan. 

-Osvaldo, ¿en qué estás trabajando?

-Estoy trabajando en un nuevo libro de poemas que se llama provisoriamente Chicos Malos. Me di cuenta que esa era la imagen que me ayudaba a enfocar la dirección de los textos. Ya tenía una suerte de diez poemas cuando noté que estaba metiéndome con cierta idea de lo nocturno, con la idea del mal, del mal en la juventud (el supuesto mal de la juventud, que es la necesidad de agotar el tiempo, es decir de vivir la vida de la manera más intensa posible). En cierta forma, los poemas quieren rescatar esa posibilidad. Al ponerles un título lo que hago es justamente crearles una atmósfera, que en realidad está en mí, pero la objetivo y le pongo un nombre y eso me ayuda. Ojalá quede como título. Por ahora es provisorio y me ayuda a seguir escribiéndolo; nada más. Incluso hay un poema que se llama así “Chicos malos”, y lo que trato de mostrar ahí en realidad es una pequeña contradicción, que está en todo lo que escribo, o al menos eso quisiera: que donde supuestamente está el mal, está el bien.

-¿Querés leer alguno de los poemas que va a formar parte del libro?

-Voy a leerte uno que se llama “Basta de paz, basta de amor”:

No voy al trabajo,
pierdo las horas al lado tuyo
como quien se tira en el pasto
boca arriba
a mirar las estrellas.
                        Nubes negras, pesadas
amenazan abrirse
para dejar caer masas compactas
de granizo y destrucción.
Por suerte, no encendiste la radio.
Abrís una cerveza y te quedás, desnundo
mirando por la ventana
el avance inexorable
de los acontecimientos.
Desde la cama, todo es hermoso
como en un cuadro: Muchacho en la ventana
cigarrillo en una mano, botella
de cerveza en la otra, mirando la noche.
Porque de golpe
se hizo la noche. Un rayo cruza
de lado a lado la ciudad.
La lluvia golpea la ventana
como si fuera el último día.
                                   Son piedras, digo
mientras me acerco a mirar yo también
un poco asustado, el cielo
que se desguaza.
            Pero este chico no se asusta, se ríe
de la tormenta. Le divierte
el estrépito que se armó.
Las calles inundadas,
el tránsito congestionado,
la gente que corre, corre
a refugiarse de la lluvia impiadosa,
pero inútilmente.
                   Traete otra cerveza, Os, me dice.
                   Mirá el cachengue que se armó.
Y yo me río
porque en mi vida
voy a encontrar otra palabra
más precisa que esa
para definir ese momento
de furia.
Como si Dios bajara del cielo
(basta de paz, basta de amor)
y se pusiera a patear tachos de basura
y a golpear sus cadenas
sobre los techos de los autos.

-En este poema da la impresión de que el yo poético se distancia respecto del personaje con el que se relaciona, pero desde cierta fascinación ¿Cómo venís trabajando el yo poético de estos poemas? ¿Dónde se ubica? ¿Desde dónde observa?

-Es como el testigo de un momento crucial, que irrumpe cargado de belleza y con él,  la necesidad de inmortalizarlo. Cuando esto pasa, el tiempo se detiene. A uno le pertenece el tiempo de la acción, y a otro –a ese yo poético que cuenta- el tiempo de la contemplación, y aunque parezca que están juntos, en realidad están separados. Hay una pequeña distancia. Y sin esa distancia no hay epifanía. Me acuerdo que Borges habla de la experiencia religiosa. Él no es un místico, a él le interesa muchísimo lo que tiene que ver con la fe, con las religiones, y con la mística, pero como alguien que se aventura hasta la orilla, hasta el último límite, y después  escribe el cuento o escribe el poema. El místico, en cambio, sería el que cruza esa frontera.  Si se cruza la frontera, dice Borges, ya no hay literatura. Para eso necesitás un mínimo de distancia, un mínimo de separación, que al menos por mi propia experiencia, no es otra cosa que melancolía.

-En otra entrevista vos decís que un poeta debería poder escribir todo lo que le venga en gana. Hablás sobre la libertad para escribir y sobre cómo se va adquiriendo esa libertad. ¿Dirías que sos alguien que puede escribir lo que desea?

-No. Es un intento. Siento que cada vez me acerco más a esa posibilidad. Que al principio estaba más condicionado por lo que creía que era la poesía. Con el tiempo uno va perdiendo esa noción tan clara y se va acercando a algo que ni siquiera sabe si es poesía o no. Ahí aparece cierta angustia, porque te vas alejando de los límites más o menos establecidos y entrás en una zona en que no sabés muy bien qué es. Porque algo se está modificando. Una voz, un movimiento del lenguaje que empieza a correr los límites hacia otro lugar. Yo siento que con cada nuevo libro esos límites se van ampliando de alguna manera.

-En ese sentido, este libro no hubiera sido posible antes. No estaba a tu alcance… 

-No, seguro que no. En Tres ya estaba la presencia de las máscaras. Lo estaba antes en El coyote y también lo está en Fiel a una sombra. Las máscaras eran una manera de decir la verdad, como decía Oscar Wilde, de otra forma. Se ve que no podía hacerlo directamente. El cambio se produce cuando yo termino Fiel a una sombra. Después de estar mucho tiempo sin escribir, un día escribo un poema que se llama  “El muchacho de los helados”. Ahí me di cuenta que había algo diferente. El lenguaje se distendía y podía nombrar cosas de mi infancia, del paisaje de mi infancia, sin ningún tipo de máscaras  -o por lo menos, no con una máscara tan definida como lo fueron el Coyote o los personajes de Hamlet. Lo paradójico es que cuando terminé de escribirlo, o quizás mientras lo escribía, me  di cuenta  que ese “yo” que aparecía en los poemas también era una máscara… Como si fuera imposible escaparse… Ese yo lírico, que tenía mucho que ver conmigo, no dejaba de ser una representación también… Por suerte.


Foto: Nadina Marquisio

-En este poema parece acentuarse un rasgo ya presente en los dos últimos libros, que es un acercamiento cada vez más profundo hacia lo narrativo. Son poemas que generalmente cuentan historias. ¿Notás esta tendencia?

-Me parece que lo narrativo es un milagro, sobre todo para la poesía, porque lo que permite es poder contar cosas que de otra forma se esconderían detrás de una serie de símbolos. Quizás eso fue lo que hice antes. Como si el lenguaje fuera un agua sucia que con el tiempo se hubiera ido transparentando, y me permitiera decir  otras cosas… Pero no sé, lo estoy descubriendo ahora. Quiero decir,  no es que antes sabía lo que quería decir y recién ahora lo puedo realizar. No. Gracias a lo que escribí, yo puedo escribir ahora estos poemas. Como si cada uno de esos pasos no hubiera podido ser salteado.

-¿El acercamiento a lo narrativo implica estar pensando más en el lector, o la elección no pasa por ahí? 

-No. Entiendo más el juego de la escritura. Sé que estoy solo ahí. Y sé que en realidad no es juego literario solamente. No es un juego de escribir buenos o malos poemas. Es un juego vital muy complicado, en el que uno se pierde y se encuentra. Tiene mucho que ver con la experiencia y con el auto-conocimiento. Con los poemas a la larga descubro quién soy. Si no hubiera escrito poemas me hubiera perdido, no tendría la menor idea de lo que soy ni del pequeño lugar que ocupo en este mundo. Lo raro es que a medida que me conozco, me alejo, y me convierto en un personaje extraño y bastante solitario. La poesía parece un juego inocente, pero hay que desconfiar de esa inocencia. Pero bueno, al menos en mi caso me ayudó a no volverme loco y a no morir. 

-¿El proceso de escritura siempre es solitario? ¿Te gusta compartir los poemas antes de su publicación?
  
-Sí, los voy mostrando. La escritura es en principio un momento solitario, pero cuando uno lee en público está escribiendo también, está poniendo a prueba esa búsqueda. En el momento de la lectura en voz alta algo te da una pauta de si los poemas funcionan o no. Debe ser así porque el hecho poético se completa con la presencia del otro. No es unilateral. Para mí esto es muy importante. El otro, que puede tomar cualquier nombre; es un otro con el que yo quiero comunicarme, con el que quiero hablar.

-¿Y qué pasa si al leer un poema ocurre algo imprevisto? Por ejemplo si hay risa en alguna parte del poema que vos, al escribirlo, no pensabas que iba a generarla?

-Bueno, de eso se trata precisamente esa  lectura, ya que uno puede medir los alcances y las limitaciones de un texto compartiéndolo con otros. Eso me está pasando con estos nuevos poemas. A medida que los leo en voz alta, los voy descubriendo. Sobre todo porque se meten  con una oralidad que se baja de cierta maquinaria rítmica y empieza a escuchar por otro lado. Es muy importante esa cuestión del oído. Por ejemplo en el poema que leí, a lo mejor todo fue escrito para poder decir esa palabra: “cachengue”. “Mirá el cachengue que se armó”: la frase me parece tan hermosa. A veces creo que todo el poema fue escrito para poder meter esa frase, esa palabra. Un muchacho desnudo, mirando la destrucción del mundo a través de la ventana de su cuarto, “cigarrillo en una mano, botella de cerveza en la otra”, que de pronto detiene el tiempo  y dice, para que yo después la repita, esa frase maravillosa. 

-¿En general los poemas de este libro surgen así, a partir de frases?

-Surgen a partir de una anécdota, una imagen, o una situación determinada. O para decirlo claramente: de la experiencia. A esta altura no me disgusta admitir que los poemas surgen de una experiencia en particular. El resultado obviamente es otra cosa: es la experiencia atravesada por la imaginación, por mis lecturas, por las necesidades del poema. Pero el origen del poema es una experiencia en concreto. Me llevó tiempo admitirlo porque no estaba bien visto. Parecía que lo poemas tenían que surgir de cualquier lado menos de lo que le pasaba a uno. El yo había sido tan bastardeado durante tanto tiempo, que cualquier cosa que provenía de ahí parecía nefasta. Hasta que comprendés que toda experiencia, al ser trasladada al lenguaje, se convierte en otra cosa. Es una máquina tan perfecta: uno detecta en la experiencia un hecho determinado, inmediatamente se da cuenta de que lo puede convertir en poema, tiene un yo que funciona al servicio de ese  poema y que mezcla al yo biográfico con todo lo demás. En ese proceso algo se pierde, es cierto. Marguerite Duras dice claramente que lo que se pierde es lo que se vivió. Que para que algo viva en un lado, tiene que dejar de vivir en otro. Como si la escritura fuera siempre, indefectiblemente, una forma de duelo.

-¿Los poemas sólo viven o también pueden morir en un libro? ¿No hay poemas que quedan como perdidos al ser publicados, o al convivir con otros poemas?

-Pasa que generalmente escribo libros. No son poemas aislados. No es que un poema tenga que hacer el esfuerzo de convivir con otros. Aisladamente pueden funcionar, pero se nutren muchísimo de lo que dicen los anteriores y también de los que siguen. Son como pequeñas novelas. En lugar de narrarlos en prosa, lo hago en versos. Lo que construyen, finalmente, es un mundo determinado, un universo determinado que empieza y se termina ahí.  

-¿Cuántos poemas forman hasta el momento Chicos malos?

-Diecinueve, y tal vez algunos más. Pero falta. Me doy cuenta porque tengo muchas cosas para decir, pero todavía no encuentro la frase o la forma de aproximarme. Porque cuando escribís algo, lo distorsionás. No es una transposición de la experiencia a la palabra. Es otra cosa. Parece que estás contando, pero en realidad estás inventando el relato para poder contar algo. No es que exista previamente.

-En estos poemas el yo poético se encarga de afirmar que es alguien que distorsiona lo que mira. Al distorsionar se aleja de los demás, que aparentemente no observarían como él lo hace. En esto hay algo de melancolía, ¿no?

-Es la melancolía amorosa. Porque la mirada que narra, que cuenta estos poemas, es la mirada de un enamorado. Es alguien absolutamente capturado por el mundo, por el lenguaje, por las particularidades que ese deseo de amor representa. Irrumpe ese objeto y lo que hace es colocarte inmediatamente en un mundo nuevo, en una realidad nueva. Y a toda esa realidad le da un sentido distinto. El otro es una especie de sol, de lámpara que ilumina todo lo que está ahí. Solo, despojado de este sentimiento, no podría contar nada de lo que cuenta en este libro. El centro del libro es, me imagino, ese objeto de amor y de  deseo que habita todos los relatos. Y luego, todos los personajes que están ahí, están tocados por esa gracia. Todos son inocentes y todos encuentran una forma de solidaridad que en lo diurno creo entender que no existe. Como si uno descubriera en ese universo nocturno, marginal,  rasgos de amistad, de amor, de comprensión, de encuentro, que serían el revés de lo que uno generalmente se imagina. El yo poético, yo mismo -para qué negarlo- me siento más cerca de ellos que de ningún otro. Un desamparado siempre se va a sentir mejor con otro desamparado; aunque sean desamparos distintos. Recuerdo a Alda Merini. Ella pasó mucho tiempo encerrada en un manicomio. Ahí encontró unas posibilidades de solidaridad y de compasión que afuera, por desgracia, nunca pudo encontrar.

-Aunque haya un trabajo con la marginalidad, no hay queja en estos personajes. 

-Son personajes que saben vivir. Yo sospecho que la queja está en un lugar en el que alguien no se da cuenta de lo que tiene, de lo rico que es. A veces puede ser que sea cierto. Pero por lo general -no digo que siempre sea así- la gente humilde sabe vivir con poco. Enseguida con tres o cuatro cosas arma una fiesta. Y es eso precisamente lo que le reprocha cierta clase social: “no ves que son unos vagos, les gusta estar así”. En realidad quizás no tengan una ambición tan grande de progreso, ¿no? Entonces, generalmente la queja surge desde la clase media, que se ve exigida a tener más y por eso deja de lado todo, en pos de un bienestar económico. El pobre, como sabe que nunca lo va a obtener -y si lo obtiene es un azar-, vive en un rancho que se cae a pedazos pero tiene una televisión último modelo y un equipo de música genial. Y son las cosas que le dan felicidad. Pero no sé si están apoyados firmemente en una realidad. Es una manera de escapar también. Y está bárbaro. Me solidarizo con eso, con esa manera escapista de vivir. Cuando veo cómo esta gente humilde se arma a sus ídolos y cómo esos ídolos les dan felicidad, me siento cerca. Viste que estoy hablando de que miro desde afuera… pero miro desde afuera algo en lo que siempre estuve, en lo que siempre estoy.  No es una mirada extranjera. Todo lo contrario. Siento que si en algún lugar estoy, estuve,  es ahí. Pero ya no estoy ahí. Es una tragedia medio a lo Pavese, que cuando escribe sus poemas ya se había ido del pueblo. Entonces ya no tenés territorio. Si ya escribís poemas, si ya tenés consciencia, estás lejos. Y a la vez, nada está más cerca, más íntimamente ligado a la experiencia de tu corazón. 

-¿Podría decirse que el espacio de tus poemas es el barrio?, ¿un barrio pobre del conurbano tal vez?

-Sí, porque está en mi infancia. Uno construye su imaginario, su personalidad en la infancia, y yo lo construí ahí. El libro que mejor lo refleja es El muchacho de los helados. Hablo de una casa de cartón. Digo que esa casa al final de los tiempos va a estar amparándome. Es decir, si hay un hogar para mí, es ese. Si hay un lugar en el que yo quisiera vivir siempre, es ese. Y no es un lugar privilegiado. Carecíamos de todo. Pero seguramente había algo ahí a lo que quiero volver. Tiene que ver con esa fiesta que se arma desde la pobreza. El otro día con mi mamá nos acordábamos de un calentador a kerosén  con el que calentábamos nuestra casa. Gran Metal, se llamaba. Era peligroso, pero bueno. Íbamos a comprar el kerosén, lo cargábamos. Había que ponerle la mecha para que se humedezca, darle bomba. Al final salía una llama azul de la que no me voy a olvidar nunca. Porque daba calor, porque ahí mi mamá cocinaba los buñuelos, porque ahí calentábamos el agua. Y en medio de esa casita precaria, era un aleph. Supongo que en ese lugar un elemento más lujoso no hubiera tenido tanto efecto. Entonces cada elemento: las cortinas, el techo, la lluvia, el viento, los árboles, los amigos, las tazas, la mesa; todo terminaba construyendo una suerte de paraíso. Y cada vez que escribo un poema es como si de algún modo quisiera recomponerlo.

-Los personajes de Chicos malos tienen rasgos más definidos que los de otros libros. En un poema por ejemplo, se nombra una remera de Viejas Locas. ¿Cómo hacés para que los personajes, con marcas tan definidas, no caigan en estereotipos?

-El poema al que te referís habla de un muchacho que se lleva un puñado de remeras en un bolso para lavarlas. Eso ya está alejándose de cierto estereotipo: que lavar es supuestamente una función femenina, algo que hacen las mujeres. El varón que entrega las remeras es un varón medio maldito, que escucha Viejas Locas, y uno se imagina que  hay una relación de amistad y de amor entre el muchacho que entrega las remeras y el que las lleva para lavarlas. Así, los dos están quebrantando muchas reglas. Porque un muchacho que escucha Viejas Locas difícilmente tendría una relación sentimental con un poeta que lee a Cernuda y a Catulo. Evidentemente entre ellos, en ese vínculo, se están dando cosas que no son muy comunes. Lo que observa el yo, en todo caso, son las marcas, las huellas materiales, complejas, de una realidad infinitamente más íntima, que la inscripción Viejas locas refleja en toda su belleza.

-¿Hace cuánto estás escribiendo Chicos Malos?

-Ocho, nueve meses. Cada tanto escribo. En varios días pueden surgir un par de poemas y después estoy un tiempo sin escribir. Pero la idea está presente. Como es un libro difícil, por momentos me tengo que quedar callado. No es que tengo escribir lo primero que se me ocurre. Tengo que darle lugar a otras cosas.

-¿Qué hace diferente a este libro de los anteriores?

-Creo que el pequeño, el débil resquebrajamiento de la retórica, de lo impuesto. Sigue habiendo retórica. Sin retórica no hay poema, pero tengo la sensación de que lo estoy armando con los elementos mínimos. Y que con eso puedo llegar a hacer un poema. Como en mi infancia sobreviví con lo mínimo indispensable, se ve que mi ideal es un poema que viva de la misma manera, con un lenguaje que se interponga lo menos posible.

-Antes decíamos que hace un tiempo este libro no hubiera sido posible. Pero lo cierto es que tampoco está terminado ¿Crees que vas a poder con él, con la idea que tenés de él?

-Seguro lo voy a terminar. Voy a escribir unos poemas más. Y seguro que voy a fracasar también. Ya me estoy dando cuenta que fracaso. Que es más lo que no puedo que lo que puedo. Si bien los poemas gustan, a mí me gustan, y finalmente lograron un objetivo determinado, mucho queda afuera. Muchísimo. Imagino que son los preparativos para otro libro en el que voy a estar más cerca, un poco más cerca. Es un fracaso que no es tan estridente, pero es un fracaso mínimo, yo lo percibo. Incluso todos los libros anteriores fracasaron en algún punto, porque fueron el intento de algo que después traté de resolver en los libros siguientes. Y a la vez, un triunfo sobre el caos. Por eso no tengo una mirada de decepción sobre lo escrito. No me regodeo en lo escrito, pero tampoco lo desdeño. Me parece que sin eso no hubiera llegado hasta aquí.

-El fracaso es necesario para continuar, entonces.

-Totalmente. Hay que volver al comienzo cada vez. Escribo para poder escribir ese poema que quise escribir cuando empecé a escribir. Y eso no lo voy a ver nunca yo. No me voy a dar cuenta. Es más, seguramente me voy a morir con la sensación de que no lo logré. Porque me parece que está en el orden de lo inalcanzable, en el orden de lo irrealizable. Y que ese justamente es el motor de la poesía. O de los poemas que yo escribo, al menos.

-¿Y cuál es el sentido de hacer público lo íntimo? ¿Para qué, por qué, o cuándo decidís publicar un libro de poemas?

-Cuando me doy cuenta de que ya no es íntimo. Tiene un valor para mí y después  adquieren un valor diferente, que viene de la mirada de los demás. Y si no lo hago circular, el motor que me lleva a escribir seguramente se detendría. En fin, la cuestión es que para poder seguir escribiendo tengo que deshacerme de esos poemas. Por eso los publico. Y porque hay gente, editores muy generosos, que toman el riesgo de publicarlos. Es raro, en todo lo que digo siempre noto puntos que parecen opuestos y sin embargo se da entre ellos, siempre, una misteriosa convergencia.  



Foto: Nadina Marquisio

2 comentarios:

  1. Muy linda la pregunta sobre si "se considera alguien que escribe lo que desesa". Y muy franca la respuesta. Muy en la tierra la entrevista, desde ambas partes. Muy disfrutable.

    Y ahora contestame quién soy para andar dando opiniones tan categóricas cual crítica experta? ja ja

    Nadia. (te dije q me iba a abrir un blog para comentarte!)

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  2. Me gusta mucho el blog. Te felicito!
    Martin..

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