viernes, 2 de agosto de 2019

Los arcanos de Paula Jiménez España



Es 10 de junio y nos reunimos, como todos los lunes de 18 a 20, alrededor de la mesa de madera de Espacio Sísmico. Estamos en la sala que da a la calle, por la que vemos pasar autos, personas y perros. Lavalleja al 900, la misma cuadra en la que está la Casa de la Lectura, esa biblioteca y punto de encuentro donde se presentan tantos libros. Hoy no vamos a leer los poemas de Lucas, José y Pilar. Nos visita Paula Jiménez España, poeta, astróloga, tarotista, periodista, psicóloga. Durante abril y mayo nos prestamos los libros de Paula como quien se pasa postas preciadas. Leímos casi todos sus libros (todos menos La mala vida, que felizmente se va a reeditar este año). Y la recibimos para charlar sobre lo que viene haciendo y lo que está en pleno proceso: una serie de poemas basada en los arcanos del tarot. A continuación, habla Paula:

Mirás por la ventana, mirás el paisaje. Un paisaje de montaña, un paisaje de playa. El encuadre del paisaje tiene límites; el espacio no. Paisaje alrededor es un libro de poemas basado en algunos de los viajes que hice, excepto uno que se llama “Costa marsupial” (le puse el nombre de un supuesto lugar geográfico para poder incluirlo dentro de la serie que es muy territorializada). Los poemas de Espacios naturales, en cambio, tienen que ver con un proceso de duelo que estaba viviendo y encontró un reflejo en el afuera. Durante una separación que transitaba, empecé a observar aquella primavera y a pensar en las estaciones, en los movimientos cíclicos. Y en los espacios naturales, de cambio, de diferenciación, que se abrían entre un hecho y otro. La naturaleza me enseñaba: yo veía en la naturaleza mi propio proceso. El yo está mirándose en ella a sí mismo. Creo que en Paisaje alrededor es al revés, son los paisajes los que le hablan al yo.

Nada de eso lo escribí in situ, en el lugar. Pero en Espacios naturales los poemas son más inmediatos, están en contacto directo con la naturaleza. En ese momento hacía kayak en el Tigre con Gabi Cabezón. Mucho de lo que se ve en esa escritura tiene que ver con el paisaje del Tigre. Hablo del río o del verde que veo por la ventana. También son espacios naturales que están adentro de la ciudad, por ejemplo el primero que escribí, el que le da nombre al libro. Estaba caminando por Parque Centenario, súper triste. Y de pronto vino esta idea de la circularidad, de que todo pasa, como la naturaleza lo muestra. Y me senté al pie del mástil, miré el verde, recordé el fin de semana en el delta y me puse a hablar de los sauces, en esos versos digo que salvo los sauces inclinados en el río, nada llora. 

Hay otro poema de ese libro en el que nombro a la avenida Díaz Vélez. Es de un momento en que iba andando en bicicleta en un día gris. Tengo la imagen: en las cunetas de la calle se juntaban las hojas caídas, esa especie de río de hojas. A veces creo que una impresión abstracta, cualquiera sea, anárquica, que aparece porque sí, que no tiene sentido, se transforma, se vuelve plena de sentido cuando la elige la poesía, por alguna rara conexión que hace con la propia subjetividad. Un río de hojas que vi millones de veces en la vida, pero que sólo en un momento se convirtió en un poema. Creo que antes no lo había visto nunca, que en realidad ahí lo vi por primera vez. Hay una película que se llama After life, donde la gente después de morir puede elegir un recuerdo, cualquiera sea. Una viejita se recuerda sentada en el banco de una plaza. En la otra punta del banco hay un marinero. No se sabe si tienen relación o no. Y vuela una hoja y los dos la miran volar. Ese es el recuerdo más feliz de su vida. ¿Entonces qué es, dónde está la poesía? ¿Dónde está la felicidad? Es una liberación la poesía en ese sentido. Te pone en contacto con lo sutil que te constituye. Con lo importante. Eso que se genera como un efecto mágico no tiene nada que ver con el capitalismo. La poesía es anticapitalista, no acumula, más bien tiende a vaciarte. Y no se produce en otro lado más que en la atención del poeta. Lo que el psicoanálisis llamaría atención flotante. 

Con los poemas de los arcanos el procedimiento se renovó. Es como si en cada uno de estos poemas que estoy escribiendo, se abriera una ventanita muy específica a una serie de significaciones asociadas a partir de una imagen. La atención está más condicionada porque cuenta con algo del saber. Hay algo que sé previamente. Sé sobre tarot, leo los arcanos, observé mucho los dibujos. Entonces cuando abro esas ventanitas (hay tantos poemas que son así, ¿no?, a partir de pinturas, de películas, disparados a través del arte visual) se presenta un objeto que me llama a investigar, a investigar de un modo particular. Se separa del conocimiento, pero forma parte del conocimiento al mismo tiempo. 

Ni jota es el libro más distinto de todos. Surgió a partir de la lectura o relectura de La familia china[1]. De hecho, hay un personaje que remite a lo chino popular, Bambú. Es una búsqueda de una escritura más rítmica, más agraciada, más disparatada. Es una prosa poética, al estilo de lo que hizo Coto en La familia china. A la vez, esa lectura me conectó con un ambiente familiar que me hizo recordar al mío. Vengo de una familia de españoles y en mi casa hacían colmaos. Todos los jueves se reunían, cantaban y recitaban. Desde muy chiquita, la cuestión del ritmo, de la rima estuvo presente entre nosotrxs. La poesía que se recitaba era Machado, Lorca, Hernández, Alfonsina, los libros que tenía mi mamá en la biblioteca. Esa es mi cuna poética, que a su vez es la de lxs herederxs directxs de otra cuna, la de la lengua española. A partir de La familia china regresé a otrxs extranjerxs, que eran mis españoles. Y conecté con la música. Es como dice Diana[2]: el balbuceo previo a la poesía, esa cosa musical que conecta a la madre con la criatura, es el antecedente de la poesía. El niño balbucea, la madre le canta. Hay un lenguaje que no es un lenguaje como lo conocemos. En Ni jota busqué ese pre-lenguaje, romper el sentido a través de la música. No sé si lo logré. 

La mala vida es una serie de dieciséis poemas sobre consumo de drogas en los noventa, el ambiente under de esos años. Lo que busqué con ellos era crear un objeto poético, mi horizonte era ese. Son poemas basados en experiencias propias. Pero las experiencias abonan a lo artístico. Respecto de la discusión sobre el yo lírico y el yo biográfico, siempre sostuve que toda mi escritura es biográfica en la medida en que puede ser biográfica la escritura artística: con ese bálsamo artificial, literario, que en verdad deja a la experiencia muy en segundo plano. Por eso podés decir cualquier cosa, porque nada en realidad te expone en un lugar cruento, porque está la poesía en el medio. Es como dice María Moreno, lo verdaderamente inconfesable no se escribe. O porque no se quiere hacerlo, o porque no se puede. 

Si no hay distancia lo que hay es catarsis. El procedimiento es la poesía misma. No es que sea necesaria la distancia, que tampoco es distancia estrictamente, porque sos vos misma, la que vive, la que escribe. Debería encontrar otra palabra para nombrar esa instancia de elaboración inconsciente. Lo que sí hay es un cierto alejamiento con lo concreto, con lo sucedido. Una imposibilidad. El lenguaje es esa operatoria de frustración y desacierto, es Saussure: cuando una dice “mesa” dice cualquier mesa, no dice “esta” mesa. Cuando escribís te instalás en ese abismo. En el mejor de los casos lo disfrutás, y en el peor de los casos te matás, como hizo Pizarnik. Porque hay una imposibilidad del lenguaje y de la comunicación. Creo que el arte está en instalarse en esa falta y producir. Yo gozo de esa imposibilidad, no me mata. Pero capaz si no formara más fila para morir escribiría genial, como Pizarnik. ¡Pero tengo otras cosas por hacer antes! Cómo te explico, cosas mundanas. 

Con respecto a la distancia, hay mucha gente que se siente muy expuesta o que siente pudor de mostrar ciertas cosas. No digo que nunca haya experimentado eso. Cuando presenté La mala vida vino toda mi familia, y yo hablaba de que había comprado droga en un conventillo. Y estaba mi mamá, que nació en los ‘40, sentada en primera fila. ¿Pero por qué lo pude superar? Porque para mí estaba la poesía ahí. Sos poeta además de ser la persona que fue y compró droga. Es complejo. 

A veces hay una defensa en esa distancia: “esto es todo ficción”. Es todo ficción pero también no lo es. A veces leemos cosas de la vida que se corresponden con la obra. Es raro llamar “distancia” a eso mismo que mostramos en la vida. 

En Espacios naturales pude escribir sobre un duelo en el mismo momento en que lo estaba viviendo, es la única vez que pude. Pero por ejemplo en La vuelta, volvía de una reunión con mis ex compañeros de secundaria y grabé todos los poemas en un grabadorcito porque no quería sentarme a escribir, estaba muy conmovida. Y el tiempo los convirtió en poesía. 

La casa en la avenida y Terrores nocturnos son libros escritos hace mucho tiempo. Aunque Terrores nocturnos se publicó en 2017, lo escribí en 2007. Y el otro es de 2004. ¡Estaba más cerca de la infancia! No sé si ahora trabajaría con el recuerdo sensorial. Creo que eso estaba más vivo para mí en mi juventud. Sigo buscando el detalle, pero desde otro lugar, en el lenguaje, en la precisión, en la música, ya no tanto la memoria del cuerpo. 

La obra es el libro. Los poemas se me aparecen en general en serie. Ahora, por ejemplo, estoy con una serie corta, muy corta, de cinco o seis poemas que no puedo hacer entrar en ningún libro. Es raro. Son sobre viajes también, pero solo por Latinoamérica. Y son de larguísimo aliento, con un tono muy distinto. Fueron escritos en un momento de mi vida que se contrapone mucho con este. Y siento que publicarlos sería una cosa rara. Acá volvemos a lo biográfico. Es en el único caso que digo: iba para allá y ahora estoy acá. Quizás haga un audio libro aprovechando que son muy musicales, un audio librito... 

Ahora estoy tratando de aminorar mi trabajo con las reseñas. Me gusta hacerlo, pero soy psicóloga también y tengo muchos más pacientes. Y si no resigno alguna actividad no puedo escribir poesía, ni nada. Pero siempre sentí que todo lo que hacía correspondía a la misma cosa. Tuve un bar y en el bar hacía ciclos de poesía, para mí esa actividad tenía que ver con la actividad artística. Y soy astróloga, que también es algo del orden de la lectura de un lenguaje simbólico, abstracto, como la poesía. Además soy psicóloga y me dedico a escuchar un discurso en los pacientes que tampoco es literal, que es contradictorio y caótico, como la poesía. Entonces siempre sentí que a todo a lo que me dedicaba era más o menos lo mismo. En los 2000, cuando no tenía laburo, me la pasé escribiendo. Era súper disciplinada. Escribí un montón de libros: Pollera pantalónEspacios naturalesLa casa de la avenidaLa mala vida. Tenía tiempo. 

Antes de publicar Terrores nocturnos lo volví a corregir. Medí todos los poemas, hice un laburo métrico. Quería hacerlo de esa manera. En su momento cuando lo escribí lo envié al Fondo Nacional de las Artes y recibí una mención. Me sorprendí, no es un libro al que le hubiera dado mucha bolilla. Pero sí le di en el momento de publicarlo con El ojo del mármol, porque quería laburar la cuestión formal. Es en el único libro que hice eso con tanta conciencia. 

En Espacios naturales el laburo con la forma fue más espontáneo, igual que La mala vida. Creo que en los poemas de los arcanos con los que estoy trabajando, se nota mucho la música. A veces me acompleja un poco. En lo que escucho leer y lo que vengo leyendo me parece que hay una tendencia a no trabajar tanto lo musical sino más en el sentido, una austeridad del lenguaje, una inmediatez. Me parece que se está produciendo muy diferente. Me siento clásica. Pero es algo que busco pese a todo. No siempre lo fui. Por ejemplo La vuelta no es tan clásico, en el sentido de la apoyatura musical que tienen estos poemas. 

A Diana le lees tus poemas y cuenta los versos y te dice “no, ¡cortá acá!”. Ella siempre me dice que yo tengo buen oído. Viste que Diana escribió ese poema hermoso que se llama “Sermón al silencio”, en Variaciones de la luz. Son catorce sonetos encadenados, ¡catorce sonetos! Y yo creo que de esa perfección formal pasó después a una escritura más descontracturada. Es una gran poeta que conserva su voz y al mismo tiempo se permite la movilidad. 

Me gusta la música y me gusta la rima. Me gustan mucho en ese sentido Mirta Rosenberg y Alejandro Crotto. Hace poco releí Madam y El arte de perder, de Mirta. Es una maravilla. Es perfecto cómo lo hace, la rima está en el medio, va sosteniendo el poema, es notoria además, potente. Pero no le gana nunca al poema, lo sostiene, lo acompaña. El problema es cuando la forma le gana al sentido, cuando lo envuelve como un moño de regalo y no lo podemos ver. 

Lo de cumplir con el patrón rítmico es algo que hacen bárbaro los músicos, pero no siempre. Fito Páez dice: “cuando me di cuenta estaba vivo / vivo para siempre de verdad” ¡¿Por qué?! “¡Vivo para siempre de verdad!” Digamos, agregaste “para siempre” y “de verdad”, hiciste mierda todo. 

No sé bien qué está diciendo verso por verso Olga[3], pero sostenidamente me conmueve. No preciso saber cosa por cosa lo que me dice. Hay algo de lo que está hecho el poema que compensa que no haya entendido todo, que no lo necesite. 

Les mostrás los arcanos a lxs diferentes tarotistas y hacen asociaciones diferentes. De hecho una carta depende de las asociaciones de la persona que la lea. Por suerte es así. Es poética porque no es certera. Si hubiera más permiso para la disidencia y la ambigüedad, no estaríamos así como estamos. 

Siempre me acuerdo de una cosa que leí de Kapuscinski, un cronista. Decía que en África lo más llamativo era la luz. Siempre me quedó eso. La luz es transparente, no se ve por sí misma, y él es lo que más recuerda. 

Este poema se llama “La luna”, que es el arcano dieciocho. Hay varios poemas que se llaman “La luna”. Este está inspirado en el arcano. Pero Borges tiene un poema de la luna, los poetas siempre hablaron de la luna.
 
Este se llama La emperatriz:




Son poemas influenciados por Olga Orozco, de versos muy largos. Olga era tarotista. El tema de lo esotérico me lleva a ella. Y la forma que fue tomando mi escritura me lleva involuntariamente a un libro que se llama Las montañas de oro, de Lugones, porque se me dio por apostar al gran edificio poético después de cosas mínimas, chiquitas, como La vuelta, por ejemplo. 

Son veintidós las cartas de tarot. Veintiuna y hay una que es el cero, El loco, que puede ir en cualquier parte. Son figuras arquetípicas, imágenes arquetípicas. Como no voy a escribir un libro sobre tarot sino un libro de poemas, hice una selección de algunos de los veintidós. Y por ejemplo La luna va a llevar un paréntesis que va a decir abajo “la poesía”. La emperatriz, “la gestante”. Voy a trasladar al tarot imágenes que no están en el tarot. En un momento pensé en escribir un poema por carta, pero no tiene sentido. Había cartas con las que no me enganchaba, con El ermitaño me salió un bodrio total. Viste cuando forzás la inspiración, no se produce. Creo que ya está. La muerte me está llamando. Lo último que escribí fue sobre El diablo. 

Hay personas con las que chequeo estos poemas. Algunas entienden de tarot y me dicen: pero mirá, eso no. A veces me tiento para el lado del poema y pierdo el objeto, y casualmente el poema lo siente también, y se resiente. Para esas cosas me ayuda la lectura de lxs otrxs. O pasa al revés, gana el sentido y pierde el poema. Busco una fidelidad lírica esotérica, ojalá pueda. A Nati[4] se los mando siempre grabados y es ideal porque tiene los dos conocimientos. Cada libro pide su interlocutorx. Pero ya no es como antes; antes era más dependiente de una mirada que está fuera de mí. 

[1] La familia china, de María del Carmen Colombo
[2] Diana Bellessi
[3] Olga Orozco 
[4] Natalia Romero 



Paula Jiménez España nació en Buenos Aires en 1969. Publicó los libros de poesía: Ser feliz en Baltimore (2001), Formas (2002), La casa en la avenida (2004), La mala vida (2007), Los pájaros (2007), Ni jota (2008), Espacios naturales (2009), La vuelta (2013), Canciones de amor (2015), Paisaje alrededor (2015), Terrores nocturnos (2017) y la antología personal El corazón de los otros (México, 2015); el libro de cuentos Pollera pantalón (2012) y la novela La doble (2018). En 2006 obtuvo el Primer Premio de poesía Tres de Febrero, en 2007 el segundo premio de relato corto LGBT Hegoak (País Vasco), en 2008 el Primer Premio Fondo Nacional de las Artes, y en 2015 un reconocimiento del Premio Nacional (Ministerio de cultura de la Nación). Dicta talleres literarios desde 2001. Como periodista colabora con “Soy” y “Las 12”, suplementos del diario Página 12.





Gracias a Pilar Otero, Lucas Fulgi y José Cordeiro, queridxs talleristas con quienes leímos la poesía de Paula antes de que nos visitara. Con ellxs armamos la picada, tomamos el vino. Sin ellxs esta conversación no se hubiera llenado de inquietudes y voces tan diversas.

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