Es 10 de junio y nos reunimos, como todos los lunes de 18 a 20,
alrededor de la mesa de madera de Espacio Sísmico. Estamos en la sala que da a
la calle, por la que vemos pasar autos, personas y perros. Lavalleja al 900, la
misma cuadra en la que está la Casa de la Lectura, esa biblioteca y punto de
encuentro donde se presentan tantos libros. Hoy no vamos a leer los poemas de
Lucas, José y Pilar. Nos visita Paula Jiménez España, poeta, astróloga,
tarotista, periodista, psicóloga. Durante abril y mayo nos prestamos los libros
de Paula como quien se pasa postas preciadas. Leímos casi todos sus libros
(todos menos La mala vida, que felizmente se va a reeditar este año). Y la
recibimos para charlar sobre lo que viene haciendo y lo que está en pleno
proceso: una serie de poemas basada en los arcanos del tarot. A continuación,
habla Paula:
Mirás por la ventana,
mirás el paisaje. Un paisaje de montaña, un paisaje de playa. El encuadre del
paisaje tiene límites; el espacio no. Paisaje alrededor es un
libro de poemas basado en algunos de los viajes que hice, excepto uno que se
llama “Costa marsupial” (le puse el nombre de un supuesto lugar geográfico para
poder incluirlo dentro de la serie que es muy territorializada). Los poemas
de Espacios naturales, en cambio, tienen que ver con un proceso de
duelo que estaba viviendo y encontró un reflejo en el afuera. Durante una
separación que transitaba, empecé a observar aquella primavera y a pensar en
las estaciones, en los movimientos cíclicos. Y en los espacios naturales, de
cambio, de diferenciación, que se abrían entre un hecho y otro. La naturaleza
me enseñaba: yo veía en la naturaleza mi propio proceso. El yo está mirándose
en ella a sí mismo. Creo que en Paisaje alrededor es al revés,
son los paisajes los que le hablan al yo.
Nada de eso lo escribí in situ, en el lugar. Pero en Espacios
naturales los poemas son más inmediatos, están en contacto directo con
la naturaleza. En ese momento hacía kayak en el Tigre con Gabi Cabezón. Mucho
de lo que se ve en esa escritura tiene que ver con el paisaje del Tigre. Hablo
del río o del verde que veo por la ventana. También son espacios naturales que
están adentro de la ciudad, por ejemplo el primero que escribí, el que le da
nombre al libro. Estaba caminando por Parque Centenario, súper triste. Y de
pronto vino esta idea de la circularidad, de que todo pasa, como la naturaleza
lo muestra. Y me senté al pie del mástil, miré el verde, recordé el fin de
semana en el delta y me puse a hablar de los sauces, en esos versos digo que
salvo los sauces inclinados en el río, nada llora.
Hay otro poema de ese libro en el que nombro a la avenida Díaz
Vélez. Es de un momento en que iba andando en bicicleta en un día gris. Tengo
la imagen: en las cunetas de la calle se juntaban las hojas caídas, esa especie
de río de hojas. A veces creo que una impresión abstracta, cualquiera sea,
anárquica, que aparece porque sí, que no tiene sentido, se transforma, se
vuelve plena de sentido cuando la elige la poesía, por alguna rara conexión que
hace con la propia subjetividad. Un río de hojas que vi millones de veces en la
vida, pero que sólo en un momento se convirtió en un poema. Creo que antes no
lo había visto nunca, que en realidad ahí lo vi por primera vez. Hay una
película que se llama After life, donde la gente después de morir puede elegir
un recuerdo, cualquiera sea. Una viejita se recuerda sentada en el banco de una
plaza. En la otra punta del banco hay un marinero. No se sabe si tienen
relación o no. Y vuela una hoja y los dos la miran volar. Ese es el recuerdo
más feliz de su vida. ¿Entonces qué es, dónde está la poesía? ¿Dónde está la
felicidad? Es una liberación la poesía en ese sentido. Te pone en contacto con
lo sutil que te constituye. Con lo importante. Eso que se genera como un efecto
mágico no tiene nada que ver con el capitalismo. La poesía es anticapitalista,
no acumula, más bien tiende a vaciarte. Y no se produce en otro lado más que en
la atención del poeta. Lo que el psicoanálisis llamaría atención
flotante.
Con los poemas de los arcanos el procedimiento se renovó. Es como
si en cada uno de estos poemas que estoy escribiendo, se abriera una ventanita
muy específica a una serie de significaciones asociadas a partir de una imagen.
La atención está más condicionada porque cuenta con algo del saber. Hay algo
que sé previamente. Sé sobre tarot, leo los arcanos, observé mucho los dibujos.
Entonces cuando abro esas ventanitas (hay tantos poemas que son así, ¿no?, a
partir de pinturas, de películas, disparados a través del arte visual) se presenta
un objeto que me llama a investigar, a investigar de un modo particular. Se
separa del conocimiento, pero forma parte del conocimiento al mismo
tiempo.
Ni jota es
el libro más distinto de todos. Surgió a partir de la lectura o relectura
de La familia china[1]. De hecho, hay un personaje que remite a lo
chino popular, Bambú. Es una búsqueda de una escritura más rítmica, más
agraciada, más disparatada. Es una prosa poética, al estilo de lo que hizo Coto
en La familia china. A la vez, esa lectura me conectó con un
ambiente familiar que me hizo recordar al mío. Vengo de una familia de
españoles y en mi casa hacían colmaos. Todos los jueves se reunían, cantaban y
recitaban. Desde muy chiquita, la cuestión del ritmo, de la rima estuvo
presente entre nosotrxs. La poesía que se recitaba era Machado, Lorca,
Hernández, Alfonsina, los libros que tenía mi mamá en la biblioteca. Esa es mi
cuna poética, que a su vez es la de lxs herederxs directxs de otra cuna, la de
la lengua española. A partir de La familia china regresé a otrxs extranjerxs,
que eran mis españoles. Y conecté con la música. Es como dice Diana[2]: el balbuceo previo a la poesía, esa cosa
musical que conecta a la madre con la criatura, es el antecedente de la poesía.
El niño balbucea, la madre le canta. Hay un lenguaje que no es un lenguaje como
lo conocemos. En Ni jota busqué ese pre-lenguaje, romper el
sentido a través de la música. No sé si lo logré.
La mala vida es una serie de dieciséis poemas sobre consumo de drogas en
los noventa, el ambiente under de esos años. Lo que busqué con ellos era crear
un objeto poético, mi horizonte era ese. Son poemas basados en experiencias
propias. Pero las experiencias abonan a lo artístico. Respecto de la discusión
sobre el yo lírico y el yo biográfico, siempre sostuve que toda mi escritura es
biográfica en la medida en que puede ser biográfica la escritura artística: con
ese bálsamo artificial, literario, que en verdad deja a la experiencia muy en
segundo plano. Por eso podés decir cualquier cosa, porque nada en realidad te
expone en un lugar cruento, porque está la poesía en el medio. Es como dice
María Moreno, lo verdaderamente inconfesable no se escribe. O porque no se
quiere hacerlo, o porque no se puede.
Si no hay distancia lo que hay es catarsis. El procedimiento es la
poesía misma. No es que sea necesaria la distancia, que tampoco es distancia
estrictamente, porque sos vos misma, la que vive, la que escribe. Debería
encontrar otra palabra para nombrar esa instancia de elaboración inconsciente.
Lo que sí hay es un cierto alejamiento con lo concreto, con lo sucedido. Una
imposibilidad. El lenguaje es esa operatoria de frustración y desacierto, es
Saussure: cuando una dice “mesa” dice cualquier mesa, no dice “esta” mesa.
Cuando escribís te instalás en ese abismo. En el mejor de los casos lo
disfrutás, y en el peor de los casos te matás, como hizo Pizarnik. Porque hay
una imposibilidad del lenguaje y de la comunicación. Creo que el arte está en
instalarse en esa falta y producir. Yo gozo de esa imposibilidad, no me mata.
Pero capaz si no formara más fila para morir escribiría genial, como Pizarnik.
¡Pero tengo otras cosas por hacer antes! Cómo te explico, cosas mundanas.
Con respecto a la distancia, hay mucha gente que se siente muy
expuesta o que siente pudor de mostrar ciertas cosas. No digo que nunca haya
experimentado eso. Cuando presenté La mala vida vino toda mi
familia, y yo hablaba de que había comprado droga en un conventillo. Y estaba
mi mamá, que nació en los ‘40, sentada en primera fila. ¿Pero por qué lo pude
superar? Porque para mí estaba la poesía ahí. Sos poeta además de ser la
persona que fue y compró droga. Es complejo.
A veces hay una defensa en esa distancia: “esto es todo ficción”.
Es todo ficción pero también no lo es. A veces leemos cosas de la vida que se
corresponden con la obra. Es raro llamar “distancia” a eso mismo que mostramos
en la vida.
En Espacios naturales pude escribir sobre un
duelo en el mismo momento en que lo estaba viviendo, es la única vez que pude.
Pero por ejemplo en La vuelta, volvía de una reunión con mis ex
compañeros de secundaria y grabé todos los poemas en un grabadorcito porque no
quería sentarme a escribir, estaba muy conmovida. Y el tiempo los convirtió en
poesía.
La casa en la avenida y Terrores nocturnos son libros escritos
hace mucho tiempo. Aunque Terrores nocturnos se publicó en
2017, lo escribí en 2007. Y el otro es de 2004. ¡Estaba más cerca de la
infancia! No sé si ahora trabajaría con el recuerdo sensorial. Creo que eso
estaba más vivo para mí en mi juventud. Sigo buscando el detalle, pero desde
otro lugar, en el lenguaje, en la precisión, en la música, ya no tanto la
memoria del cuerpo.
La obra es el libro. Los poemas se me aparecen en general en
serie. Ahora, por ejemplo, estoy con una serie corta, muy corta, de cinco o
seis poemas que no puedo hacer entrar en ningún libro. Es raro. Son sobre
viajes también, pero solo por Latinoamérica. Y son de larguísimo aliento, con
un tono muy distinto. Fueron escritos en un momento de mi vida que se
contrapone mucho con este. Y siento que publicarlos sería una cosa rara. Acá
volvemos a lo biográfico. Es en el único caso que digo: iba para allá y ahora
estoy acá. Quizás haga un audio libro aprovechando que son muy musicales, un
audio librito...
Ahora estoy tratando de aminorar mi trabajo con las reseñas. Me
gusta hacerlo, pero soy psicóloga también y tengo muchos más pacientes. Y si no
resigno alguna actividad no puedo escribir poesía, ni nada. Pero siempre sentí
que todo lo que hacía correspondía a la misma cosa. Tuve un bar y en el bar
hacía ciclos de poesía, para mí esa actividad tenía que ver con la actividad
artística. Y soy astróloga, que también es algo del orden de la lectura de un
lenguaje simbólico, abstracto, como la poesía. Además soy psicóloga y me dedico
a escuchar un discurso en los pacientes que tampoco es literal, que es
contradictorio y caótico, como la poesía. Entonces siempre sentí que a todo a
lo que me dedicaba era más o menos lo mismo. En los 2000, cuando no tenía
laburo, me la pasé escribiendo. Era súper disciplinada. Escribí un montón de
libros: Pollera pantalón, Espacios naturales, La
casa de la avenida, La mala vida. Tenía tiempo.
Antes de publicar Terrores nocturnos lo volví a
corregir. Medí todos los poemas, hice un laburo métrico. Quería hacerlo de esa
manera. En su momento cuando lo escribí lo envié al Fondo Nacional de las Artes
y recibí una mención. Me sorprendí, no es un libro al que le hubiera dado mucha
bolilla. Pero sí le di en el momento de publicarlo con El ojo del mármol,
porque quería laburar la cuestión formal. Es en el único libro que hice eso con
tanta conciencia.
En Espacios naturales el laburo con la forma fue
más espontáneo, igual que La mala vida. Creo que en los poemas de
los arcanos con los que estoy trabajando, se nota mucho la música. A veces me
acompleja un poco. En lo que escucho leer y lo que vengo leyendo me parece que
hay una tendencia a no trabajar tanto lo musical sino más en el sentido, una
austeridad del lenguaje, una inmediatez. Me parece que se está produciendo muy
diferente. Me siento clásica. Pero es algo que busco pese a todo. No siempre lo
fui. Por ejemplo La vuelta no es tan clásico, en el sentido de
la apoyatura musical que tienen estos poemas.
A Diana le lees tus poemas y cuenta los versos y te dice “no,
¡cortá acá!”. Ella siempre me dice que yo tengo buen oído. Viste que Diana
escribió ese poema hermoso que se llama “Sermón al silencio”, en Variaciones
de la luz. Son catorce sonetos encadenados, ¡catorce sonetos! Y yo creo que
de esa perfección formal pasó después a una escritura más descontracturada. Es
una gran poeta que conserva su voz y al mismo tiempo se permite la
movilidad.
Me gusta la música y me gusta la rima. Me gustan mucho en ese
sentido Mirta Rosenberg y Alejandro Crotto. Hace poco releí Madam y El
arte de perder, de Mirta. Es una maravilla. Es perfecto cómo lo hace, la
rima está en el medio, va sosteniendo el poema, es notoria además, potente.
Pero no le gana nunca al poema, lo sostiene, lo acompaña. El problema es cuando
la forma le gana al sentido, cuando lo envuelve como un moño de regalo y no lo
podemos ver.
Lo de cumplir con el patrón rítmico es algo que hacen bárbaro los
músicos, pero no siempre. Fito Páez dice: “cuando me di cuenta estaba vivo /
vivo para siempre de verdad” ¡¿Por qué?! “¡Vivo para siempre de verdad!”
Digamos, agregaste “para siempre” y “de verdad”, hiciste mierda todo.
No sé bien qué está diciendo verso por verso Olga[3], pero sostenidamente me conmueve. No preciso
saber cosa por cosa lo que me dice. Hay algo de lo que está hecho el poema que
compensa que no haya entendido todo, que no lo necesite.
Les mostrás los arcanos a lxs diferentes tarotistas y hacen
asociaciones diferentes. De hecho una carta depende de las asociaciones de la
persona que la lea. Por suerte es así. Es poética porque no es certera. Si
hubiera más permiso para la disidencia y la ambigüedad, no estaríamos así como
estamos.
Siempre me acuerdo de una cosa que leí de Kapuscinski, un
cronista. Decía que en África lo más llamativo era la luz. Siempre me quedó
eso. La luz es transparente, no se ve por sí misma, y él es lo que más
recuerda.
Este se llama La emperatriz:
Son poemas influenciados por Olga Orozco, de versos muy largos.
Olga era tarotista. El tema de lo esotérico me lleva a ella. Y la forma que fue
tomando mi escritura me lleva involuntariamente a un libro que se llama Las
montañas de oro, de Lugones, porque se me dio por apostar al gran edificio
poético después de cosas mínimas, chiquitas, como La vuelta, por
ejemplo.
Son veintidós las cartas de tarot. Veintiuna y hay una que es el
cero, El loco, que puede ir en cualquier parte. Son figuras arquetípicas,
imágenes arquetípicas. Como no voy a escribir un libro sobre tarot sino un
libro de poemas, hice una selección de algunos de los veintidós. Y por ejemplo
La luna va a llevar un paréntesis que va a decir abajo “la poesía”. La
emperatriz, “la gestante”. Voy a trasladar al tarot imágenes que no están en el
tarot. En un momento pensé en escribir un poema por carta, pero no tiene
sentido. Había cartas con las que no me enganchaba, con El ermitaño me salió un
bodrio total. Viste cuando forzás la inspiración, no se produce. Creo que ya
está. La muerte me está llamando. Lo último que escribí fue sobre El
diablo.
Hay personas con las que chequeo estos poemas. Algunas entienden
de tarot y me dicen: pero mirá, eso no. A veces me tiento para el lado del
poema y pierdo el objeto, y casualmente el poema lo siente también, y se
resiente. Para esas cosas me ayuda la lectura de lxs otrxs. O pasa al revés,
gana el sentido y pierde el poema. Busco una fidelidad lírica esotérica, ojalá
pueda. A Nati[4] se los mando siempre grabados y es ideal
porque tiene los dos conocimientos. Cada libro pide su interlocutorx. Pero ya
no es como antes; antes era más dependiente de una mirada que está fuera de
mí.
[1] La familia china, de María del
Carmen Colombo
[2] Diana Bellessi
Paula Jiménez España nació
en Buenos Aires en 1969. Publicó los libros de poesía: Ser feliz en
Baltimore (2001), Formas (2002), La casa en
la avenida (2004), La mala vida (2007), Los
pájaros (2007), Ni jota (2008), Espacios
naturales (2009), La vuelta (2013), Canciones
de amor (2015), Paisaje alrededor (2015), Terrores
nocturnos (2017) y la antología personal El corazón de los
otros (México, 2015); el libro de cuentos Pollera pantalón (2012)
y la novela La doble (2018). En 2006 obtuvo el Primer Premio
de poesía Tres de Febrero, en 2007 el segundo premio de relato corto LGBT
Hegoak (País Vasco), en 2008 el Primer Premio Fondo Nacional de las Artes, y en
2015 un reconocimiento del Premio Nacional (Ministerio de cultura de la
Nación). Dicta talleres literarios desde 2001. Como periodista colabora con
“Soy” y “Las 12”, suplementos del diario Página 12.
Gracias a Pilar Otero, Lucas Fulgi y José Cordeiro, queridxs talleristas con quienes leímos la poesía de Paula antes de que nos visitara. Con ellxs armamos la picada, tomamos el vino. Sin ellxs esta conversación no se hubiera llenado de inquietudes y voces tan diversas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario